viernes, 14 de enero de 2011

Pingullero

El pingullo lleva el sonido de los Andes, la pertenencia a la tierra, el suspiro de los abuelos. Pingulleros quedan pocos, pero quedan. Por suerte, algunos jóvenes siguen aprendiendo el arte de los abuelos. En las fiestas, los mamacos, los mamitas, los músicos mamas luchan a pérdida contra la ensordecedora música de las bandas o los discomóviles. Allí se quedan, en el centro del círculo de yumbos, danzantes, rucos, aruchicos, carishinas o archidonas tocando para ellos mismos, escuchando como el corazón se les acompasa en el tambor.

Hay quien dice que la música ancestral es un lamento, hay quien la desprecia por triste. No han escuchado cantar un pingullo, como hervor de sangre, como llamado a la vida, como un estremecimiento de la piel… es como si todo lo que ocultásemos detrás de nuestro disfraz de occidentales y cristianos se rebelara en un grito secreto.



La mayoría de mamacos tienen la edad grabada en las arrugas, en los rostros que nos recuerdan que nuestros abuelos se veían así, curtidos por el viento del páramo, de carnes sólidas y huesos frágiles. Silenciosos y permanentes como los nevados que los vieron nacer.

Estas melodías son como un golpe certero en la memoria, que nos remueven en lugares tan profundos que no atinamos a señalar la razón del azoramiento. Yupaichishkas convertidos en loas marianas:

Salve, salve Gran Señora,
salve Poderosa Madre,
salve Emperatriz del Cielo,
Hija del Eterno Padre.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La otra fundación de Quito

Nieto de indios, blanqueados por necesidad; longo, hijo de longos: uso la máscara de los amos, para bailar y reirme de ellos...



Cuentan, los que cuentos cuentan y cuentos saben, que cuando los danzantes bajaban a Quito, el mundo se aquietaba a su alrededor, todo se quedaba en absoluto silencio: las montañas, las hojas de los árboles, el jaguar... incluso el mismo sol.

El ritmo del danzante es el ritmo del corazón: pum, pum, pum. Un pie se levanta y cae al piso, el otro pie se levanta y cae al piso.

Durante siglos se prohibió la entrada de danzantes a las plazas de Quito, porque era cosa de indios. Sin embargo, en este país lo prohibido siempre es más atrayente y los danzantes seguían bailando.

En el siglo XIX, un presidente (modernizador y muy europeo) logró terminar por fin con esta costumbre poco civilizada: mandó a construir, en las plazas de la ciudad, hermosos jardines al estilo francés. Y los danzantes se fueron de Quito.



Sin embargo, aún es posible verlos en algunos de los antiguos pueblos de indios que, con el crecimiento de la ciudad, se convirtieron en barrios mestizos. Las personas fueron dejando el poncho y los sombreros, los tupus y las oshotas, para confundirse con los mestizos que iban llegando. Pero aún bailan, como lo hicieron sus padres y abuelos, aún toman las plazas de Cotocollao, La Magdalena, San Isidro del Inca y Zámbiza.

Dicen que, cuando los danzantes inician su baile, el mundo vuelve a girar a su alrededor.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Pedro Sandoval



Recuerdo al Pedro caminando por las calles de Quito, hace más de cinco años. Alto, un poco cargado de hombros y con un aire infantil que no se le va a quitar nunca. Apareció de la nada, junto con la Adrián y la Chío... tres guambras mexicanos que habían venido a conocer el otro hemisferio... y a hacer teatro.

Montaron una obra sobre la primera tragedia que visibilizó la violencia que ahora sufre México: los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Recuerdo al Pedro, sentado en el centro del escenario, cantando una versión de "Currucucucú paloma" que hasta ahora me hace correr un escalofrío largo.

El Pedro vivió en Quito, se enamoró aquí; y con la Adrian y la Chío compartimos parranda, alegría y nostalgia. Y así como llegaron, se fueron.

Los volví a ver hace unos tres años, cuando fui a un encuentro de poesía en el D.F. Allí estaba, con su mirada de niño travieso, con su sonrisa sincerota, con su andar atrabancado. En Toluca lo oí cantar nuevamente... allí hablamos largamente sobre su ciudad y la mía, sobre lo parecidos que somos, a pesar de ser tan lejanos... de los sueños y los recuerdos.

El Pedro siempre me convence de las cosas buenas que están por venir...

domingo, 5 de septiembre de 2010

Soñando con Quito

Una cancionsasa de Alex Alvear, con letra de Margarita Laso. Para los que creen que el pasillo es cosa del pasado...


lunes, 2 de agosto de 2010

Jacinto Collahuazo

Fue mágico y atemorizante.

Estar ahí, en el lugar que tanto tiene de ti y que tanto tiene de mí. Jacinto, mi Jacinto, volvía a la ciudad en la que nació y que, curiosamente, pisaba por vez primera. Aunque tampoco sé si decir "pisaba" sería lo correcto porque, al final, soy yo quien le presta los pies. Así que convengamos en decir que allí estábamos ambos.
Toa nos llevó a Otavalo porque quería que todos vean a su novio Jacinto. Y hacia allá fuimos. Apenas llegamos, empezó a llover. El escenario estaba construido en mitad de un patio, en el Ayllu Wasi, y era imposible armar el espectáculo. Así que nos pidieron que ofrendemos un par de copitas de puro a la pachamamita, para que no nos tratase mal durante la presentación.
Y así fue: de repente el cielo se abrió y nos fue permitido subir a escena.

¡Qué duro es decir ciertos textos en ciertos contextos! Gaspar de Mogrovejo estaba contando sobre las dificultades de estudiar en la universidad colonial, sobre los juramentos de pureza de sangre: ...hay que jurar, ante Dios y por escrito, que en la familia de uno nunca, jamás, se han mezclado con moros, judíos, negros... y, repentinamente, un nudo en la garganta, una desazón y un no saber qué hacer... ¿Cómo decirlo frente a un público así? ¿Cómo confrontar la propia realidad del actor, descendiente de indígenas que se blanquearon? Un silencio que se extiende hasta lo insostenible da paso al texto que, como nunca, pesó demasiado: ...ni indios.

Pero en el instante en que saliste al escenario, Jacinto, todo cambió. Decidiste hablar en runa shimi, en kichwa... primero fue el asombro y, luego, la risa abierta. ¿Sería que hablabas con acento? ¿O que solo entonces te convertiste, por fin, en un otro independiente? Porque fue cuando decidiste valerte por ti mismo, y contaste y bailaste y reíste como jamás antes lo habías hecho.

Luego de la función me di cuenta que, como un padre que observa a su hijo llegar a la mayoría de edad, empezaba a mirarte con respeto.

viernes, 4 de diciembre de 2009

cuatrocientossetentaycincoaños

- Me jode ver a toda una ciudad intentando parecer lo que no es, gritándole a todos "vean, vean que sí somos españoles y civilizados". De pronto la ciudad se llena de espectáculos de flamenco, y toros, y manolas... seguramente somos el hazmerreir del resto del mundo.
- Me cabrea ese grupúsculo de aniñados que piensan que somos estúpidos y dicen "solo es una fiesta" y "¡viva Quito!" para justificar todo el racismo, complejo y violencia que se esconde tras la "fiesta taurina".
- Me emputan también los que piensan que con subirse a una chiva y emborracharse ya son quiteños o quiteñas. Pequeña actualización: es peor este año porque las chivas se salieron del clóset y ya ni siquiera intentan aparentar que son de acá (con bandas de pueblo y música nacional) sino que, descaradamente, se convirtieron en discotecas raeggetoneras sobre ruedas.
- Me tiene hasta el cogote como se intenta ocultar, una y otra vez, el mundo andino... incluso entre los que, supuestamente, lo rescatan... pero únicamente para justificar sus posiciones izquierdoanarkoecologopunkeras.
- Fiesta anual de complejos que exorcisamos con una megaborrachera, ocultando una historia milenaria bajo 475 años de falsa nobleza, blanqueamiento, destrucción, mojigatería, reinitas, toreros...

... yo mejor me voy a pasar las festividades en otra ciudad, esperando que el deportivo Quito sea campeón este año... y, mientras tanto, les dejo este artículo de inciclopedia y esta cancionsasa de los cadillacs:




V Centenario

Quiero vivir en América,
quiero morir en América,
quiero ser libre en América,
me van a matar en América.

El V centenario, no hay nada que festejar,
latinoamericano descorazonado,
hijo bastardo de colonias asesinas.
Cinco siglos no son para fiesta
celebrando la matanza al indigena.

Falsos estandartes en las carabelas
cruzando océanos, la decadencia,
hispanoamerica se viste de fiesta
celebrando la matanza al indigena.

¡No hay nada que festejar!
Juventud de América, no debemos festejar,
colonia imperialista teñida de sangre,
sangre nativa, sangre de la tierra.

Donde el indio nació y no pudo conservar,
donde el indio murió y creció sueños de libertad.

¡No hay nada que festejar!

martes, 1 de diciembre de 2009

El ferrocarril más difícil del mundo (II): El Tambo - Coyoctor

A pesar de haber viajado durante la noche hacia Ambato, y a pesar de tener que levantarme apenas cuatro horas después para llegar temprano a la población de El Tambo (en la provincia del Cañar), empecé esta jornada con ánimo. Cuando acepté trabajar en este proyecto lo hice con la misma emoción que, desde niño, ha despertado en mí el tren ecuatoriano. No sé si es esa sensación de imposibilidad que siempre tuvo para mí la idea de viajar en un tren, o el encanto de esas máquinas tan obsoletas, deteniéndose en estaciones fantasmales que iban muriendo de a poco.

Un durmiente es solo un pedazo de madera, y las vías únicamente hierros viejos. Sin embargo todo parece embriagarse de sentido al paso del autoferro.
Lo que encontré en El Tambo fue sorprendente: una estación renovada, con un centro cultural y un restaurante a un lado. En un recorrido de apenas tres kilómetros, me sentí invadido de nostalgia: viajar en un autoferro y desembarcar en medio de un complejo arqueológico es una experiencia única.
En el Baño del Inca las casas mestizas se levantan sobre un suave suelo de arenisca labrada, que parece desvanecerse al paso del viento.

El Tambo, definitivamente, es un lugar al que quiero volver. El tren es como una vieja historia: lo puedes repetir cientos de veces e igual lo disfrutarás. Dejarlo morir sería como dejar morir una buena parte de nosotros… aunque suene a panfleto, estoy convencido de que así es.